2/05/2010

Pensando en armas

Hoy leí un cuento sobre armas y recordé un par de historias personales con las armas. La primera que me vino a la mente me sucedió con un taxista aquí en Bogotá. Era un señor bastante amable, risueño, con cara de bonachón y hasta de ingenuo. Era de esos taxistas que siempre tienen ganas de hablar. Así que empezó a hablar, yo estaba de buen humor y da la casualidad que también tenía ganas de hablar. En algún momento vimos los dos una imagen que no recuerdo y que desató la conversación, pudo ser un robo en la calle o algo por el estilo, el hecho es que yo quería desahogarme de lo insegura que me sentía en la ciudad y empezamos a hablar de la delincuencia y del peligro. El señor se emocionó con el tema y le dio rienda suelta y empezó a hablar y a hablar de los atracadores y de que hay que defenderse y empezó a decirme que tuviera cuidado, que yo no debía andar sola por ahí. ¿No le da miedo? me decía. Yo pensé: ¡vaya este señor se ha emocionado con el tema, se lo está tomando muy en serio!Me reí. Siguió hablando:
-Yo si no me dejo, yo cargo un arma para defenderme.
-Si claro, ¿Cómo hace uno para sacar el permiso?
- Fácil, va y dice que usted carga plata y que necesita un arma para defenderse de un atraco.
-¿Y eso si es fácil?
-Si claro, usted va ahí al supercade y hace la vuelta.
-¿Y cuánto cuesta?
-Como ochocientos
-Yo nunca he visto un arma, no sabría manejar una. ¿Hay cursos de manejo de armas?
- Si, en el DAS le enseñan, eso es fácil, ¿Quiere que le diga cómo?
- -------

En ese momento el señor sacó el arma, mire, tóquela, me dijo. Mire este es el seguro, así se le quita, y le quitó el seguro en frente mío, y después usted oprime el gatillo con fuerza. Afortunadamente en ese momento ya estaba casi al frente de la casa. Aquí es, le dije y me bajé del taxi lo más rápido que pude. Subí a mi casa. Tuve la mente en blanco por unos momentos, después pensé en lo fácil que sería que ese señor amable y con cara de bonachón se convirtiera en un asesino. Bastarían unos tragos. Escribí unas páginas sobre el poder de las armas. Son una muerte contenida, un accidente esperando a suceder.

La otra historia que recordé era más bien graciosa, en el colegio en el que estudié había un internado de hombres. Los internos eran adolescentes insoportables, sus padres querían deshacerse de ellos y los mandaban al internado, este acto era la expresión más extrema de venganza de las familias desalmadas con sus hijos monstruosos o el acto de abandono más triste de las familias con situaciones complicadas, o el “recurso pedagógico” de las familias con mentalidad militar. Si el colegio era un infierno, el internado era mil veces peor, era un colegio eterno, la ausencia de un lugar en el cual descansar de la maldita institución. Era cruel, la comida era mala, si no se comía a la hora estricta se quedaban sin comida, si no dormían a la hora estricta los castigaban, los levantaban a las 4 de la mañana, los gritaban todo el tiempo. Llegaban todo tipo de internos, desde hijos de paramilitares hasta hijos de senadores, claro que aquí en Colombia eso es lo mismo, pero eso es harina de otro costal, el hecho es que había desde crápulas hasta gomelos de “buena familia”! Lo que tenían en común todos era que pertenecían a familias con historias raras, familias que querían deshacerse de ellos por un tiempo, enviarles un dinero y desentenderse.

Una vez llegó un interno que causó sensación porque tenía el pelo rojo, parecía hijo de un vikingo y una boyacense, de pelo rojo, blanco y bajito. El uniforme no le lucía para nada, se le veía particularmente mal porque iba en contra de su estilo de forma más radical que en los otros. Le decían fosforito. Y fosforito se veía feliz siempre, no parecía afectarle su penosa situación, se había ganado el cariño de las cocineras y podía repetir ración.

Un día hubo un evento en un colegio cercano y llevaron a los internos, entre ellos fosforito, que vio una oportunidad de aventura y se metió a esculcar en un cuarto desordenado, lleno de chécheres. Días después anunciaron que se habían robado un revólver del colegio y que el que lo tuviera que por favor lo devolviera a las buenas. Hicieron formación en la cancha y el coordinador habló para todos, diciendo que por favor devolvieran el revólver, requisaron los lockers de los internos…El revólver no apareció. Nos llevaron a misa a todos, no sé si porque era una fecha religiosa o porque sí. En la misa comulgaron los que quisieron y otros aceptaron la invitación del cura a confesarse, entre ellos fosforito, que fue lo suficientemente ingenuo para confiar en el cura, que lo contó todo inmediatamente. Así fue como lo expulsaron del colegio. Cuando conté la historia en la casa, mi mamá me habló del secreto de confesión.
5 de febrero de 2010.
Bogotá

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