8/05/2014

Piratas del Caribe


Últimamente he recordado un par de encuentros que tuve viajando, el primero en una carretera de Nueva Inglaterra, una pizzería a poco menos de una hora del Parque Nacional Acadia. La cajera se quedó literamente con la boca abierta cuando me vio, yo seguí actuando con naturalidad, haciéndole mi pedido muy pendiente de hablar bien el inglés, pero pronto su asombro fue muy obvio, no podía disimularlo, parecía que nunca había visto a alguien como yo. Se trataba de una reacción positiva, estaba embelesada, me miraba el pelo, la boca, seguía cada uno de mis movimientos, miró mi ropa, todo. La mujer que parecía la dueña del lugar acudió a atenderme porque vio que la chica estaba tan fascinada en su contemplación que no podía hacerlo. No había nada sexual en ello, la atracción no era sexual o al menos no en un porcentaje considerable, podría haber algún trasfondo, algún rasgo inconsciente, como puede haberlo en cualquier cosa, pero la naturaleza de la atracción no era sexual, era una curiosidad infantil, genuina, se trataba de un asombro auténtico, una curiosidad sin límites por lo desconocido.

El otro sucedió en el aeropuerto de Madrid, esperaba mi vuelo de regreso después de un viaje de 5 semanas, estaba agotada, esperando en una fila con mi maleta cuando un niño de unos 12 años me vio. Su asombro fue tal que se quedó inmóvil mirándome, examinó cada centímetro de mi cuerpo, se dedicó a observar mis zapatos, mi pantalón, mi saco, mi pelo, mis ojos, mi maleta…anonadado, esforzándose en capturar cada detalle. Le sonreí, el asombro siempre me ha conmovido. Supe de algún misterioso modo que me estaba asociando con Piratas del Caribe. El chico se había transportado a Piratas del Caribe mientras me veía, tenía sentido, llevaba unas botas de pirata, el pantalón era totalmente como el de los Piratas del Caribe, los colores desgastados, el pelo revuelto…no podía creer que existiera alguien como yo.

Se trata de la sublime experiencia de ver en el otro así como se lee en un libro abierto, la certeza de estar entendiendo lo que el otro siente. La transparencia que conduce a la comunión.