11/19/2012

La culebra roja




Nos alejamos de la parte turística por unos días, recorrimos pueblos polvorientos y olvidados de Quintana Roo y Yucatán. Me sorprendía que geográficamente estuvieran tan cerca de la parte turística cuando culturalmente estaban tan lejos como Bogotá del Sahara. El pavimento azotado por el sol casi derretía los neumáticos. En la carretera se asomó un niño vendiendo agua de coco. ¡Para! Le dije a H, compremos agua de coco. Retrocedimos, el niño se acercó a nuestra ventana, los músculos de la cara contraídos, los ojos semi cerrados, una mueca de angustia:

_Se murió una culebra. Y nos señaló algo atrás.

H y yo volteamos a mirar, pero el punto no era completamente visible a los escasos grados que nuestro cuello podía girar. Nos esforzamos, miramos en el retrovisor, se veía parcialmente el cuerpo sin vida de una culebra, casi en la mitad de la carretera.

_ ¿Si?
_Se murió, dijo el niño angustiado, tan angustiado como si se tratara de su madre.

_¿Nos das dos?

Sacó de una nevera de icopor dos bolsas de agua de coco. Estaban heladas, que placer.

_Era roja.

Le pagamos y arrancamos. Seguro un carro le pasó encima, quería cruzar la carretera, le dije a H. Seguimos en silencio, atesorando el sabor del último trago de agua de coco.

11/17/2012

El edén Slawomir Mrozek

No acostumbro publicar cuentos de otras personas, pero este me parece tan sui generis que merece una excepción, pertenece al libro "La mosca" del escritor polaco Slawomir Mrozek de la colección Narrativa del Acantilado, traducido al español por Joanna Albin:



EL EDÉN 

Me senté en un banco del parque. En el otro lado del sendero, en el césped, jugaban dos pequeños, una niña y un niño. Al rato me quedé pensativo y dejé de prestarle atención.

_Señor, ¿qué hora es?

Los niños estaban delante de mí, la pregunta la había hecho él.

Miré el reloj.

_Las tres y media.

Me dio las gracias y los dos volvieron al césped. Sin embargo, en lugar de jugar, parecía que discutían por algo. Me quedé pensativo de nuevo.

_Señor, ¿qué hora es?

Esta vez la pregunta la hizo ella. Él se quedó un poco apartado.

Miré el reloj.

_Las cinco menos cuarto.

_¿No te lo he dicho?- se dirigió a él triunfalmente.

_Miente- exclamó el pequeño-. ¡Antes me había dicho otra cosa!

_ Señor, explíquele que cada vez es una hora diferente.

-¡Miente!- El pequeño estaba a punto de llorar.-

¡A mí me había dicho que eran las tres y media!

_Es tan testarudo- se dirigió ella a mí, como un adulto a otro. Lo abrazó con un gesto proteccionista y maternal, y cuando él se apartó con vehemencia, añadió con el tono de una mujer martirizada, pero satisfecha de sí misma-:Ya ve usted. Era claramente una imitación. Seguro que habrá oído a su madre más de una vez usar esa expresión haciéndole confidencias a una amiga: "Ya ve usted cómo es él, ya ve usted."

_De verdad que son las cinco menos cuarto- le dije con la mayor suavidad que pude, aunque también es cierto que antes eran las tres y media. El mundo está hecho de  manera que lo que antes era verdad, ahora ya no lo es.

_Hazle caso al señor- lo amonestó ella severamente.

_E incluso lo que es verdad ahora, después no lo será.

_¿En serio?

_Sí, tienes que aceptarlo.

Estuvo pensando un rato y después se sentó en el banco. Pero no a mi lado, sino en el extremo mismo, lo más lejos que pudo de mí y de ella.

_Entonces esperaré-dijo con determinación, mirando no hacia nosotros sino hacia lo lejos, donde acababa el parque.

_¿Qué es lo que esperarás?-pregunté.

_El después. A que lo que usted dice ahora deje de ser verdad.

La niña me miró con complicidad, pero yo sentí de repente que estaba harto. No quería ser su cómplice.

_Debo irme- dije-. Tengo asuntos que arreglar.

Me levanté del banco y empecé a alejarme.

_Señor, señor-escuché detrás la voz de la niña.

Apreté el paso.

_Señor, ¿qué hora es?

Iba ya casi corriendo. Quería huir del Edén en el que los personajes de siempre reproducen la misma escena. No me gustaba el papel de la serpiente o, más bien, del burro transformado por Eva en serpiente. Aunque, posiblemente, fuera ya tarde para huir, puesto que me sentía una serpiente.

11/08/2012

EL USURPADOR*


Hace unos años tuve un novio usurpador. Al principio no me di cuenta, pero después fue descuidándose tanto en sus métodos que terminé descubriéndolo. Al principio se trataba de un usurpador enamorado, después de un usurpador al que ya no envolvía la burbuja del amor, es decir, un vulgar usurpador. Por ese entonces yo ya sabía que era escritora, pero es posible que aún quedara en mí un pequeño resquicio de duda por el que él se introdujo logrando incluso que su nombre apareciera en mi primer libro. Me pareció justo porque aprecié sus sugerencias respecto a puntuación y asuntos que podrían considerarse técnicos, no me pareció una usurpación, quizás no lo era aún. Luego la campaña de usurpación empezó a ganar terreno poco a poco, un ejército de diminutos soldaditos que comenzó de pronto a reproducirse.

El usurpador quería ver todo lo que yo escribía antes de que fuera publicado, empezó a hablar como una gran autoridad en la materia y los soldaditos diminutos se convirtieron en uno solo muy grande, uno gigante, frente al cual yo era minúscula. Al principio me dio algo de temor y es posible que le haya seguido el juego por un tiempo, después la escritora que estaba dentro mío se hartó, había ido creciendo tanto o más rápido que los pequeños soldaditos y ya superaba al gran soldado. La escritora soy yo, me dijo, soy yo la que publicó un libro, la que escribe para un par de revistas, la que lleva un blog, por qué ha de ser él la autoridad en la materia ¿acaso he visto alguno de sus escritos?

Me alejé. Tiempo después nos vimos por ahí, le conté sobre mi trabajo de escritora fantasma y me propuso que se lo cediera, así yo no tendría que escribir y ganaría el 20 por ciento de lo que ya ganaba sin hacer “nada”, él sería el fantasma del fantasma. Se le zafó un tornillo, pensé, este usurpador está chalado. El soldado,  antaño grande, se había reducido mucho y  ya casi tenía que verlo con lupa, pero todavía estaba en pie. Para el final de la taza de café ya se había desmoronado y en el cúmulo de su polvo no podía verse nada de su figura de antes cuando casi fue un usurpador satisfecho, conquistador de vastos terrenos. 

*Usurpador: Quien se arroga la dignidad, empleo u oficio de otro y los usa como si fueran propios.