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7/09/2018

5/04/2017

Tu hermano que te quiere mucho


Querida hermana:
Te escribo desde un pueblo periférico, en los extramuros. En mi constante e infatigable labor de espionaje que consiste, como bien sabes, en observar sin ser observado, tuve la fortuna de encontrar una urbanización en la que todos sus habitantes se van a las siete de la mañana y regresan a las ocho de la noche, tamaña coincidencia pensarás, lo que pasa es que todos trabajan en la misma fábrica, la fábrica les da esas casas. Por si fuera poco queda muy cerca de aquí, creo haberte comentado en mi última carta que encontré una casa sola, a juzgar por lo que he visto la habita una mujer; por un papel que entreví en la basura y que por supuesto saqué de inmediato, se que está fuera del país, en México, tiene el tiquete de regreso para dentro de tres meses. A veces viene alguien en el día, recoge los recibos de los servicios públicos si ya llegaron, riega las matas y se va, no sé nunca cuándo va a venir y debo estar en alerta permanente, dispuesto a esconderme en el momento menos pensado y cuidándome de no dejar huellas de mi presencia.
Ahora ese problema está resuelto, duermo acá y paso el día en la urbanización, se me solucionó también el problema del mercado, tomo un poco de aquí, un poco de allá, y nadie lo nota. Escojo una casa diferente cada día, lo primero que hago al llegar es observar la disposición de los objetos a ver qué me revelan de los acontecimientos recientes, después me preparo el desayuno y me pongo a revisar las cosas de cada habitante de la casa, cuando ya lo sé todo, cuando conozco cada rincón de la casa me pongo a leer, a ver televisión o a escribirte hermana mía.
No negarás que las artes del espionaje y la invisibilidad me han llevado... siga leyendo aquí

6/10/2013

EL ANZUELO


Pese a su nombre su muerte no podría calificarse de digna. Pensándolo bien no había nada de digno en él, la seriedad de su rostro no recordaba la dignidad sino el malhumor. Era de mal genio, esto explica en parte el que haya muerto en una pelea. De un machetazo en el cuello.

Lo del machetazo escandalizó a todo el pueblo, Digno no había sido tan malo para morir así. No era un tipo malo, sólo malhumorado. Era un hombre responsable, un pescador juicioso que llevaba la comida a su familia. Bebía como todos, pero no era malo, de mal talante quizás. Corto de entendederas. 

Espero equivocarme al decir que todo el pueblo se escandalizó, quiero creer que hay unos pocos que recuerdan el episodio de Oliverio, después de todo yo no era el único que estaba en la ensenada ese día, había también pescadores y gente del parque. Todo se repetía igual que los amaneceres anteriores, Digno subía las carnadas a la canoa antes de tiempo y las gaviotas y pelícanos se aprovechaban y se robaban unas cuántas antes de que los espantara.

Era terco el hombre, yo llevaba ya un tiempo observando a los pescadores y ninguno cometía este descuido, lo último que subían era las carnadas y mientras tanto se cuidaban de taparlas y ponerlas en un lugar seguro. Digno no aprendía la lección y todas las mañanas yo era testigo de su pelea con los pájaros. Lo veía alejarse iracundo, maldiciendo a los pelícanos, de espaldas al sol.

En la estación le habíamos cogido cariño a Oliverio, tenía una expresión digna, sobrellevaba su vejez con gracia. Como todos los pelícanos viejos no podía ir muy lejos, estaba cansado y su visión se había deteriorado. Comía las sobras que encontraba en la ensenada y lo que nosotros le dábamos, pero siempre tenía hambre. El día anterior a su muerte le había robado buena parte de las carnadas a Digno que montó en cólera y lanzó una sarta de insultos y maldiciones, me las pagarás pajarraco de mierda.

No era la primera vez que Oliverio le robaba. Yo había tratado de hacerle entender  al pelícano que no debía hacer eso, pero pronto entendí que era Digno el que debía aprender a cuidar sus carnadas.

Al otro día de haber amenazado a Oliverio Digno llegó un poco más temprano que de costumbre, me saludó con una risa burlona y empezó su rutina de preparación para la pesca, como siempre dejó las carnadas expuestas a los pájaros. Vi, como tantas veces ya, a Oliverio robándole la carnada. Parecía que la escena iba a repetirse igual que siempre, pero esta vez Digno esperó a que alzara el vuelo y jaló el hilo de pesca desgarrándole la garganta. Lo vi caer al mar.

De eso hace ya un par de semanas, esta mañana recibimos aquí en la estación la noticia de la muerte de Digno. Nadie se ha atrevido a comentar nada. Almorzamos en silencio.