7/02/2013

Así se hizo escritor Roald Dahl



Un cuentista que me gusta mucho es el británico Roald Dahl; conocido por su obra para niños, especialmente por Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate y los Gremlins, sus cuentos para adultos son, a mi juicio, mucho mejores. La historia de este escritor parece una historia de ficción: un poco difícil de creer; pero es bien sabido que los escritores solemos contar nuestra propia historia haciendo grandes omisiones y empleando hábiles trucos dirigidos a hacer de ella algo que no puede ser calificado de falso, pues no mentimos, pero tampoco puede ser creído del todo porque suena fantasioso, muy literario para ser cierto. Así pasa con la vida de Roald Dahl, sospecho ciertas exageraciones encantadoras, pero creo que dice la verdad.

Él es una prueba de que hay gente que nace sabiendo contar historias y otra que no, pero sobre todo de que las escuelas son altamente perjudiciales para la gente con talento porque pasa con demasiada frecuencia que los maestros la odian. Antes de los veintiséis años a Roald Dahl no se le pasó por la cabeza ser escritor, debido seguramente  a estos informes de la escuela:

Trimestre de verano, 1930 (edad 14 años). Redacción. “Nunca he conocido un muchacho que de forma tan persistente escriba exactamente lo contrario de lo que quiere decir. Parece incapaz de ordenar sus pensamientos sobre el papel”.

Trimestre de pascua, 1931, (edad 15 años) Redacción. “Chapucero persistente. Vocabulario negligente, oraciones mal construidas. Me recuerda un camello.”

Trimestre de verano, 1932 (edad: 17 años). Redacción. “Perezoso en todo momento. Ideas limitadas.” (Y debajo de éste, el futuro arzobispo de Canterbury había escrito con tinta roja: “Debe corregir los defectos que se indican en esta hoja”.)

¿Pero cómo terminó siendo escritor o dándose cuenta de que lo era?  Sucedió a su llegada a Washington en 1942 donde fue trasladado después de trabajar para la Royal Air Force como militar aéreo. Antes de esto había trabajado para la Shell Oil Company en Tanzania y Kenia. Durante la mañana del tercer día de su llegada a Washington el escritor C. S Forester llamó a la puerta de su despacho en la embajada británica y le dijo:


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