Pese
a su nombre su muerte no podría calificarse de digna. Pensándolo bien no había
nada de digno en él, la seriedad de su rostro no recordaba la dignidad sino el
malhumor. Era de mal genio, esto explica en parte el que haya muerto en
una pelea. De un machetazo en el cuello.
Lo
del machetazo escandalizó a todo el pueblo, Digno no había sido tan malo
para morir así. No era un tipo malo, sólo malhumorado. Era un hombre
responsable, un pescador juicioso que llevaba la comida a su familia. Bebía
como todos, pero no era malo, de mal talante quizás. Corto de entendederas.
Espero
equivocarme al decir que todo el pueblo se escandalizó, quiero creer que hay unos
pocos que recuerdan el episodio de Oliverio, después de todo yo no era el único
que estaba en la ensenada ese día, había también pescadores y gente del parque.
Todo se repetía igual que los amaneceres anteriores, Digno subía las carnadas a
la canoa antes de tiempo y las gaviotas y pelícanos se aprovechaban y se
robaban unas cuántas antes de que los espantara.
Era
terco el hombre, yo llevaba ya un tiempo observando a los pescadores y ninguno
cometía este descuido, lo último que subían era las carnadas y mientras tanto
se cuidaban de taparlas y ponerlas en un lugar seguro. Digno no aprendía la
lección y todas las mañanas yo era testigo de su pelea con los pájaros. Lo veía
alejarse iracundo, maldiciendo a los pelícanos, de espaldas al sol.
En
la estación le habíamos cogido cariño a Oliverio, tenía una expresión digna, sobrellevaba
su vejez con gracia. Como todos los pelícanos viejos no podía ir muy lejos,
estaba cansado y su visión se había deteriorado. Comía las sobras que encontraba
en la ensenada y lo que nosotros le dábamos, pero siempre tenía hambre. El
día anterior a su muerte le había robado buena parte de las carnadas a Digno que montó en cólera y lanzó una sarta
de insultos y maldiciones, me las pagarás
pajarraco de mierda.
No
era la primera vez que Oliverio le robaba. Yo había tratado de hacerle entender al pelícano que no debía hacer eso, pero pronto entendí
que era Digno el que debía aprender a cuidar sus carnadas.
Al
otro día de haber amenazado a Oliverio Digno llegó un poco más temprano que de costumbre, me saludó con una risa
burlona y empezó su rutina de preparación para la pesca, como siempre dejó las
carnadas expuestas a los pájaros. Vi, como tantas veces ya, a Oliverio
robándole la carnada. Parecía que la escena iba a repetirse igual que siempre,
pero esta vez Digno esperó a que alzara el vuelo y jaló el hilo de pesca
desgarrándole la garganta. Lo vi caer al mar.
De
eso hace ya un par de semanas, esta mañana recibimos aquí en la estación la
noticia de la muerte de Digno. Nadie se ha atrevido a comentar nada. Almorzamos en silencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario