Siempre he tenido trabajos poco comunes, aún cuando han tenido que ver con mi profesión y se han requerido mis conocimientos, pero los más rentables han sido precisamente esos en los que no se requiere ninguna preparación. Los cargos que tenían que ver con mi título eran los más ingratos, afortunadamente me he podido dedicar los últimos años de mi vida a trabajos raros. Ahora encontré uno tan bueno que es muy posible que no necesite buscar más y me quede en él hasta el fin de mi vida, este trabajo podría representar el fin de mis días pero lo pagan tan estupendamente bien y es tan fácil que no pude decir que no, además no es de todos los días, a lo sumo dos veces al mes, cada una de dos y hasta tres días. El resto de tiempo lo tengo libre, es imposible saber cuándo me llamarán, pero el contrato es indefinido y si no me llaman en un mes, el generoso salario de todas formas llega. Los extraños empleadores no muestran ningún deseo de saber nada de mí, pero son muy amables, quizás lo saben todo, aún ignoro porqué me escogieron y a veces no sé si sentirme favorecida o desgraciada. Vivimos en un mundo dual, todo es bueno y malo a la vez, pero mi nuevo trabajo tiene mucho de bueno aún cuando el riesgo es grande.
Ni yo conozco la verdadera identidad de mis empleadores, mi instinto de sabueso me dice que no son quienes dicen ser. Cuando me llaman debo cortar todas mis actividades y viajar fuera del país, siempre en vuelos privados. Después de atravesar ríos desconocidos puede seguir un camino por tierra, la mayoría de las veces destapado y difícil, ese tramo lo recorro con una venda en los ojos. Al llegar al lugar me ubican siempre en alguna habitación magnífica. Mientras espero la hora de la comida puedo ponerme a merced de las masajistas, ver una película o leer un libro, también puedo recorrer parte de la edificación siempre muy grande y agradable o ver la colección de arte que tengan en el lugar . Todo el tiempo me tratan muy bien, incluso cuando me vendan los ojos. Aprecian mi trabajo y hacen lo que pueden para mantenerme a gusto y aligerar el peso que éste pueda tener.
Cuando llega la hora de la comida me conducen, con los ojos vendados otra vez, a la cocina, a veces son cocinas lujosas, otras veces cocinas descuidadas, eso seguramente depende del país y la cultura donde nos encontremos. En la cocina o algunas veces en un salón me quitan la venda, me sientan a una mesa elegantemente dispuesta y me sirven un plato muy bueno siempre, alta cocina, comida gourmet y qué comida! Siempre hay un chef diferente. Mi comportamiento entonces es muy solemne, la espalda recta, la mirada penetrante, todo el personal de cocina se pone frente a mí y yo los escruto con la mirada a todos. Les doy mi mirada más intimidante. Acto seguido me siento a comer, saboreo el primer bocado lentamente. Tomo bocados muy pequeños, huelo discretamente todo lo que me llevo a la boca.
Esta es la parte más peligrosa de mi trabajo, por este solo momento es por el que me pagan, también es la parte que más disfruto. Los sabores son maravillosos, a veces me sorprenden con platos exóticos. Mientras mastico el tiempo se detiene a mi lado, todo se congela, la expectación de los presentes es total. Espero unos minutos tras ese pequeño bocado, retiran el plato para retocarlo frente a todos y llevarselo a algún poderoso comensal en el gran salón. Me pasan el siguiente, y así sucesivamente, siempre con pequeñas pausas entre cambio y cambio de plato. Al final he comido suficiente para llenarme pero de todas formas me sirven un plato para mí sola, que se supone debo comer aliviada y desprevenida pues nadie tiene motivos para envenenarme.
La verdad es que nunca he podido disfrutar del todo ese último plato, para mí el riesgo sigue siendo tan grande como antes, ya mi predecesor murió tras comer de su plato, del último plato. Otros han muerto al tercer o cuarto plato, otros al primero. El trabajo es siempre igual de peligroso. Además quien dice que no hayan perfeccionado los venenos para que no tengan un efecto inmediato. Pero el pago es grandioso, un poco más y me retiro del trabajo, que con lo que tendré ya podré vivir tranquila. Soy libre de romper el contrato cuando quiera, por ahora estaré un tiempo más, pues no tengo ningún deseo de conocer la cara oscura de mis empleadores y es posible que la muestren al ser notificados de mi renuncia. Además el resto del tiempo lo paso estupendamente, mis empleadores incluyen en el salario un generoso bono para asistir a los conciertos que quiera, siempre en primera fila, y en vacaciones además de la prima me obsequian un tiquete abierto.