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Escritora fantasma
Iba por la vida diciendo: soy escritora, y un buen día alguien me contrató para escribir ficción, una novela histórica. Hasta entonces siempre había escrito lo que se me ocurría a mí, lo que venía de mi mente, de mis emociones, de mi mundo. Recibiría dinero por escribir lo que se le ocurría a otro, lo que venía de la imaginación de una persona de un mundo diferente al mío, un mundo desconocido para mí. Era un reto fantástico. ¿Quien dice que ser escritor es escribir exclusivamente lo que proviene de uno? ¿Quien dice que el arte no es también oficio? Un buen escritor debe poder escribir también una historia del todo ajena, pensé. Tenía la oportunidad de medir mis habilidades y de mejorar mi técnica siguiendo unos requerimientos provenientes del exterior.
Un escritor escribe, así es que no podía negarme. Desde entonces escribo la historia de otro. El trabajo de escritora negra o fantasma me ha obligado a ver la escritura de manera exclusivamente racional ya que, al no tratarse de una historia propia, no hay ningún componente emocional. Esta experiencia de la escritura enriquece la técnica, he tenido que ampliar mi vocabulario, describir y expandirme en detalles- algo que nunca hacía, pues escribo cuento corto-, releer mucho más que antes para poder controlar minuciosamente el ritmo, consultar el diccionario más que nunca, leer escritores que nunca habría leído por ser de un género distinto a los de mi gusto personal, crear atmósferas, narrar algo más que situaciones. Ser escritor negro es además la oportunidad de probarse como escritor de otro género sin pagar las consecuencias pues el nombre no aparece. Ser escritor fantasma es ya una historia propia, material para escribir algo en el futuro cuando la historia haya terminado. ¿Quién contrata a un escritor negro? He ahí la historia.