La mujercita de este cuento vivía a las afueras de Dortmund en una casa humilde, sin gusto, un bloque completamente rígido. Era como un rectángulo dividido en dos: en la primera división estaba la parte habitable de la casa; la segunda era tierra, tierra negra y opaca. La mujercita se había puesto en la tarea de hacer una huerta. De nada habían servido los consejos de todos, que eran uno solo: no siembre porque no se va a dar nada, vivimos en Dortmund, aquí nada crece. Pero la ilusión de comerse un vegetal fresco y crocante pudo más, y la mujercita hizo su huerta. Las ganas de sentir en su boca la frescura y el verdor perdidos hacía mucho en Dortmund eran cada vez mayores y se habían vuelto insoportables. Por eso ella, con todo su empeño, sembró semillas traídas de otras tierras y retoños de otros lares. Tenía la esperanza de que la vida fuera más fuerte y se abriera paso entre ese mundo de humo y hollín. Quizás hasta pudiera contrarrestar un poco la polución y brindarles aire fresco. Muy juiciosamente regó la tierra, muy juiciosamente aró, pero nunca creció nada. Estaban en Dortmund.
2007
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario