7/02/2013

Myanmar

Si hay un país del que contar cosas es Myanmar. Lo bueno de la ignorancia es que se deja sorprender, cuando viajo evito informarme más allá de lo estrictamente necesario para dejar que el lugar me sorprenda. Apenas llegué a Yangon, lo primero que me sorprendió fue la pinta de los dos chicos que enviaron del hotel a recogernos al aeropuerto. Camisa clásica con falda larga (longyi) y sandalias. Cuando nos registramos en la recepción vi que la chica, por demás muy desparpajada, se había olvidado, o no había tenido tiempo entre tanto agite (era el único hotel con permiso del gobierno y todos los viajeros llegaban allá) de terminar de untarse la base. Tan sólo había alcanzado a difuminársela torpemente en un círculo en cada mejilla, después llegó una ayudante y parecía que tampoco había tenido tiempo porque sólo había alcanzado a echarse un poco en la frente. Al rato vi a una con un espiral y a otra con rombos, entonces pensé que se habían puesto a jugar con alguna pintura.

Cuando salí a la calle vi que todas las mujeres iban así, era algo perfectamente normal pero yo me sentía como en una obra de teatro, ¿cómo pueden preservar un concepto de belleza tan diferente al nuestro? Esa fue la bienvenida que me dio Myanmar. Me enamoré de inmediato. Así que los hombres usan falda y las mujeres se hacen figuras extrañas en la cara con la base… después supe que ese maquillaje lo usan para protegerse del sol y es un empasto sacado del tronco de un árbol. Luego vería a las mujeres pavimentando las carreteras y a los hombres cocinando en los restaurantes, desmuelados y escupiendo saliva roja. Esto sí es una lástima, la mayoría de birmanos pierden sus dientes por estar mascando todo el día kum o betel.

Después de varios días de fijarme en los vendedores de kum, uno de ellos me invitó a probar...continúa aquí en Hojablanca

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