No acostumbro publicar cuentos de otras personas, pero este me parece tan sui generis que merece una excepción, pertenece al libro "La mosca" del escritor polaco Slawomir Mrozek de la colección Narrativa del Acantilado, traducido al español por Joanna Albin:
EL EDÉN
Me senté en un banco del parque. En el otro lado del sendero, en el césped, jugaban dos pequeños, una niña y un niño. Al rato me quedé pensativo y dejé de prestarle atención.
_Señor, ¿qué hora es?
Los niños estaban delante de mí, la pregunta la había hecho él.
Miré el reloj.
_Las tres y media.
Me dio las gracias y los dos volvieron al césped. Sin embargo, en lugar de jugar, parecía que discutían por algo. Me quedé pensativo de nuevo.
_Señor, ¿qué hora es?
Esta vez la pregunta la hizo ella. Él se quedó un poco apartado.
Miré el reloj.
_Las cinco menos cuarto.
_¿No te lo he dicho?- se dirigió a él triunfalmente.
_Miente- exclamó el pequeño-. ¡Antes me había dicho otra cosa!
_ Señor, explíquele que cada vez es una hora diferente.
-¡Miente!- El pequeño estaba a punto de llorar.-
¡A mí me había dicho que eran las tres y media!
_Es tan testarudo- se dirigió ella a mí, como un adulto a otro. Lo abrazó con un gesto proteccionista y maternal, y cuando él se apartó con vehemencia, añadió con el tono de una mujer martirizada, pero satisfecha de sí misma-:Ya ve usted. Era claramente una imitación. Seguro que habrá oído a su madre más de una vez usar esa expresión haciéndole confidencias a una amiga: "Ya ve usted cómo es él, ya ve usted."
_De verdad que son las cinco menos cuarto- le dije con la mayor suavidad que pude, aunque también es cierto que antes eran las tres y media. El mundo está hecho de manera que lo que antes era verdad, ahora ya no lo es.
_Hazle caso al señor- lo amonestó ella severamente.
_E incluso lo que es verdad ahora, después no lo será.
_¿En serio?
_Sí, tienes que aceptarlo.
Estuvo pensando un rato y después se sentó en el banco. Pero no a mi lado, sino en el extremo mismo, lo más lejos que pudo de mí y de ella.
_Entonces esperaré-dijo con determinación, mirando no hacia nosotros sino hacia lo lejos, donde acababa el parque.
_¿Qué es lo que esperarás?-pregunté.
_El después. A que lo que usted dice ahora deje de ser verdad.
La niña me miró con complicidad, pero yo sentí de repente que estaba harto. No quería ser su cómplice.
_Debo irme- dije-. Tengo asuntos que arreglar.
Me levanté del banco y empecé a alejarme.
_Señor, señor-escuché detrás la voz de la niña.
Apreté el paso.
_Señor, ¿qué hora es?
Iba ya casi corriendo. Quería huir del Edén en el que los personajes de siempre reproducen la misma escena. No me gustaba el papel de la serpiente o, más bien, del burro transformado por Eva en serpiente. Aunque, posiblemente, fuera ya tarde para huir, puesto que me sentía una serpiente.