Es la primera vez que intento escribir una novela. Siempre escribí cuento corto porque me fluía deliciosamente, por un tiempo alardeé de mi talento para el microrrelato, pero después me obsesioné con la novela por la sencilla razón de que no me fluye fácil y supone un reto. Sabiendo que siempre podré escribir microrrelatos con los cuales me sienta satisfecha, me dedico ahora a una novela. No sé si dedicarse sea el verbo adecuado, pues escribo una página cada 15 días, pero quizás dedicarse a escribir una novela no es sentarse a escribir todos los días de 7 de la mañana a 5 de la tarde, o de seis de la tarde a dos de la mañana. Dedicarse a escribirla puede ser también pasarse parte del día pensando en el próximo suceso a narrar o en cómo terminar un capítulo, cómo unir a los personajes, qué relaciones crear, qué tiempos usar...me temo que se va más tiempo pensándolo y ordenándolo en la cabeza que escribiéndolo una vez se tiene claro.
Todo se empieza a ver desde el ángulo de la novela, cada día está uno atento a lo que observa, a qué puede ser una ocurrencia divertida para la novela y así uno va descubriendo no sólo cosas referentes a la técnica sino también a la vida, escribir literatura es escribir sobre la vida, la vida en toda su extensión.
Hoy me di cuenta de que no se puede crear un personaje creíble si uno mezcla rasgos de la personalidad de varias personas que conoce, lo cual es todo un descubrimiento sicológico para mí. Eso quiere decir que todos tenemos algo en nosotros, una especie de eje, que nos hace perfectamente coherentes en el conjunto de nuestros rasgos personales, vistos desde afuera. Por eso todos sabemos casi siempre qué esperar de quienes conocemos y por eso cuando nos sorprenden nos parece algo absurdo y por tanto literario. Algo ante lo cuál no sabemos cómo reaccionar porque parece por fuera de la realidad, de lo que era predecible, algo fantástico, literario.
Puedo inventar historias ficticias, pero no personalidades ficticias, los personajes deben ser perfectamente creíbles, son ellos quienes sustentan todo y si hay fallas notorias en su estructura sicológica no serán tomados en serio. Por eso me parece mejor reservar la invención para los hechos, que al fin de cuentas son lo único que puede cambiar a su antojo. Los personajes en la novela siempre son gente que conozco y que creo que jamás leerá la novela y si la lee no se verá retratada porque la cuota de fantasía metida en la historia maquilla muy bien su retrato.
Si pensamos en el escritor como un "Dios", en el sentido de que lo dispone todo, esta regla se confirma plenamente, en la vida vemos que pasan cosas que cambian un destino predecible, pero nunca vemos que la gente cambie de personalidad radicalmente, cuando ponemos nuestras esperanzas en el cambio de personalidad de alguien, casi siempre nos vemos defraudados, es más fácil que mucha gente se gane la lotería a que cambie su forma de ser. Como escritora me siento con derecho a manipular los sucesos, pero no la estructura interna de los personajes, si no fuera así escribiría libros de superación personal.
Para que las acciones de los personajes sean creíbles, éstas deben obedecer a una personalidad ya conocida por el lector, una personalidad de la que ya nos podemos fiar, así cómo nos fiamos de nuestra hermana y no tememos que nos asesine en la noche. No puedo describir a un personaje como un vago y al mismo tiempo narrar sus intentos de triunfo.
Otra cosa a la que he de estar atenta es a no pretender ser todos los personajes, no puedo dejar que todos sean una auto descripción mía. Eso me lleva a preguntarme: ¿Cómo soy yo? en responder eso se me puede ir la vida entera, por eso pienso que escribir es un camino de descubrimiento personal. Puede ser más fácil preguntarse ¿Cómo no soy yo? y crear personajes que sean como yo no soy. Lo importante ahora para mí es tener los límites claros, no auto describirme en todos y no mezclar rasgos de distintas personalidades, mejor describir a los seres humanos que conozco que inventarme unos que pueden no existir en ningún lugar.
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