
Sí, tienes razón, yo tampoco conozco un orden social y productivo que sea mejor...Todos los experimentos con los que han intentado sustituirlo han fracasado. La verdad es que en este sistema la mujer siempre está en venta, algunas veces de forma deliberada, pero las más, de modo inconsciente, lo reconozco. No digo que todas las mujeres se sientan y se traten a sí mismas como objetos de cambio... pero no creo que las excepciones puedan desmentir la regla general. Tampoco pretendo acusar a las mujeres, ellas no pueden hacer otra cosa. A veces es muy triste asistir a esa continua actitud de ofrecimiento, a ese pavoneo estúpido y coqueto que esconde una profunda amargura, sobre todo cuando la mujer sabe lo difícil que es su situación, pues hay otras más bellas, más excitantes y más baratas...La competencia ha llegado a ser terrible: en la mayoría de las ciudades europeas viven más mujeres que hombres y ellas no tienen acceso a las profesiones liberales, así que, ¿qué pueden hacer las pobres con su triste y humana existencia femenina? Pues ofrecerse. Algunas de forma virtuosa, púdica, bajando la mirada, como delicadas y trémulas nomeolvides, aunque al revés, porque en secreto ellas tiemblan al pensar que nunca las tocaremos...y otras, más conscientes, yendo a diario a la guerra con paso firme, como los soldados de las legiones romanas, que sabían que luchaban contra los bárbaros por la defensa del imperio...No, amigo mío, no tenemos derecho a juzgar a las mujeres con severidad. Sólo podemos compadecerlas. Aunque quizá no es por ellas por quienes debemos sentir compasión sino por nosotros mismos, por los hombres, que somos incapaces de solucionar esta crisis latente y tortuosa en el gran mercado de la civilización. Vayas donde vayas y mires donde mires, sólo encontrarás abierta provocación. Y detrás de todas las miserias humanas está siempre el dinero, si no siempre al menos en el noventa y nueve por ciento de los casos. Esto no lo mencionó su iracunda acusación en la Sonata a Kreutzer...
Hablaba de los celos. Criticaba a las mujeres, desaprobaba la moda, la música, las tentaciones de la vida en sociedad. Lo que nunca dijo es que ningún orden social o productivo puede darnos la paz espiritual y somos nosotros los únicos que podemos conquistarla. ¿Cómo? Venciendo el orgullo y el deseo. ¿Y eso es posible? No se sabe. Tal vez cuando pasan los años. Con el tiempo los deseos no mueren, pero se disipa la angustia, la avidez furiosa, se agotan la desesperada excitación y la náusea que inundan el deseo y la satisfacción. Sí, uno se cansa. Yo casi me alegro de que la vejez está llamando a mi puerta. A veces no veo la hora de que lleguen los días lluviosos en que me sentaré a la chimenea junto a una botella de vino tinto y un libro viejo que trate de antiguos deseos y desengaños..." Pgs 205-207
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