-Que qué estoy haciendo aquí con este frío, con los pies mojados y en nochebuena? Es una buena pregunta si. Todos evitamos pasar la noche buena en un lugar al que no hemos sido invitados, o en un sitio en donde uno se siente fuera de lugar. La noche buena no es la noche que escogeríamos para el ridículo, hacemos todo lo posible para pasarla con la familia de una manera tradicional y aferrarnos más que nunca a esa estabilidad en la que el mundo de afuera, que queda más allá de la sala y la chimenea y el vino y la bandeja con galletas recíen horneadas, desaparece. Es la única noche del año en la que es bien visto que nos olvidemos de los problemas de la realidad y regresemos al regazo hogareño, no importa cuán costoso resulte. Por eso debe parecerles bastante raro que yo esté aquí a estas horas, a pesar de que es más raro que ustedes estén atendiendo todavía pese a la evidente falta de clientes. No les debo más explicaciones de las que ustedes me deben a mí.
No somos ni los primeros ni los últimos en estar en esta embarazosa situación, aunque debo admitir que no es algo común. No todos tienen en su historia una nochebuena fuera de lugar. Pero sucede. Sucede aunque uno lo evite. Así como suceden muchas cosas en la vida, a pesar de uno, por el implacable designio del destino o del azar, no importa ya.
En mi casa tuvimos una vez a un escosés. Cata, que andaba muy metida en redes sociales y cosas de esas, se comprometió a hospedarlo en noche buena. No creo que lo haya hecho muy gustosamente, creo más bien que era un compromiso difícil de evadir, una forma de pagar algún favor de un amigo o simplemente el precio de estar en couchsurfing. El hecho es que tuvimos a un escocés completamente desconocido en la intimidad de nuestra familia. No hablaba nada de español, ni una palabra. Todos lo compadecimos y fuimos muy amables, pero de todas formas era algo molesto. El hombre quería caer bien a toda costa y la situación era penosa. Aunque no quisieramos dirigíamos toda nuestra atención al escocés.
No todas la familias de por aquí tienen un escocés en su casa en nochebuena.
Nosotros no entendemos el inglés de escocia y no queríamos intentarlo una vez más, por eso los gestos predominaron durante toda la velada. No bastándole el ridículo de su sola presencia, el escocés se puso su falda y nos ofreció un espectáculo de baile escocés después de la cena. A los niños debió molestarles especialmente porque fue antes de abrir los regalos y era algo con lo que no contaban, pero son niños muy educados y supieron controlarse.