Mi escritura ha llegado a un punto en el que
pareciera que la ficción ya no tiene cabida. Al menos no esa ficción descarada,
divertida, desparpajada. La ficción porque sí. Ahora siempre estoy queriendo
escribir sobre cosas que han sucedido de un modo perfectamente real y
ordinario. Cosas de la vida, cosas más o menos íntimas de la vida. Ese cambio
en el estilo y en la dirección de mi escritura surgió por sí mismo y me abruma,
aún no tiene forma, es un amasijo que pugna por salir a la luz, algo que
asusta. Por estos tiempos yo misma soy un amasijo, muchas personalidades en un
solo ser, cada una esperando su oportunidad para imponerse sobre las demás,
viviendo todas juntas bien apretadas. No puedo escoger la manera de abordar un
relato, se me ocurren muchas y me bloqueo. Me pierdo en la multiplicidad de la
vida. Vivo mi vida así, perdida en la multiplicidad, en todo lo que puede ser,
en lo que fue, en lo que está siendo, en lo que podría ser. Mi mente no se
aferra a ninguna línea, salta de una a otra. Pero esto no es la muerte de la
escritora, eso que pugna por salir terminará saliendo, sobrevivirá a la lucha
que se libra ahí dentro y entonces tendré muchas historias que contar, mi mente
se aquietará. Sabré discernir lo vivido, sabré cómo abordar su narración. Ahora
toda energía se consume en vivir, luego se consumirá en contar lo vivido. Al
fin una manera de ver las cosas triunfará sobre las demás: lucidez. La verdad
aparecerá, llegará con el tiempo. Un montón de voces que se unen, que se ponen
de acuerdo, que terminan siendo una sola voz clara y audible.