Para todo escritor es preocupante no escribir. A veces pasa mucho tiempo antes de que llegue la inspiración, la idea o la motivación, disposición, o como la quieran llamar. Hoy no tengo nada particularmente bueno para escribir, nada de literatura pura, de todas formas quiero escribir. Será cuando mucho una nota de carácter personal, digamos más bien: un comentario. Un comentario sobre la gente que anda quejándose todo el tiempo, es muy molesta y todos queremos huir de su pesada presencia, le bajan la nota a todo el mundo, para ellos todo es malo o insuficiente, la vida es un destemplado lamento, quieren que todos nos demos cuenta de lo injusto que es todo y nos echemos a la pena, quieren que todo nos parezca tan difícil que renunciemos de antemano. Quieren hacernos pensar que su fracaso es la ley inevitable de la vida que nos terminará golpeando a nosotros también. Todo es gris y triste para ellos. Todo es dificultad e imposibilidad, un obstáculo tras otro, nada es fácil. A veces caemos en esa actitud sin darnos cuenta y esa constante quejadera sólo nos hunde más, nos hace seres indeseables. Una buena actitud es algo muy apreciado. Me estoy quejando de la gente que se queja, pero esta es mi última queja.
9/17/2011
9/04/2011
La casa del silencio
La estructura narrativa de la casa del silencio es inteligente, impecable. Pamuk se mete en la mente de cada uno de los personajes, sólo la mente del Nilgün permanece oculta para el lector y tal vez por eso resulta la más pura, la única limpia. De entre todos Nilgün es la más noble y sobre ella recaerá todo el peso de la historia. Pamuk es deslumbrantemente inteligente, en la casa del silencio hace un recorrido por la historia de una familia y al mismo tiempo por parte de la historia de Turquía. Al final la opinión de Nilgün de que toda historia por pequeña que sea tiene una razón resulta aplastantemente cierta, contraria a la de su hermano que, tras entregarse al estudio minucioso de la historia, no encuentra ninguna razón de ser en los acontecimientos que la conforman.
Estamos atados a los actos de nuestros antepasados y su peso recae sobre nosotros, no será fácil librarnos de esto, al intentarlo condenaremos a otros, la vida se nos irá en la ardua lucha por ser lo que queremos ser y no lo que heredamos o lo que somos por el condicionamiento de la historia, librarse de años de tradición es una tarea titánica, en ocasiones pesan más la heridas y frustraciones heredadas u ocasionadas en la niñez que la luz de la voluntad, el peso de la cultura en la que se nace, los barrotes de la religión.
Al final cuando todo estalla, porque al fin de cuentas toda historia tiene un final, el peso suele recaer sobre el más vulnerable, sobre el inocente. La culpa es el precio inevitable que los personajes de la casa del silencio pagan por su rebelión, por su sumisión, por su exceso o su omisión. La vida es un complejo entramado que los va arrastrando a todos. ¿Vale la pena pasarse la vida luchando contra el mundo, luchando contra la historia propia? La obsesión por liberarse del oscurantismo y salvar al hombre de la ignorancia resulta tan absurda como la lucha por preservar la tradición. Parece que no hay salida y lo mejor sería vivir sumido en la inconsciencia y sin preguntarse si Dios existe o no.
Hoy que vemos cómo muchos de nuestros conocidos se aferran con desespero a la cultura oriental y desprecian el legado de Occidente, la casa del silencio es doblemente interesante pues nos muestra a un oriental que se aferraba desesperado al legado de Occidente. Cito una parte particularmente reveladora sobre la diferencia entre Oriente y Occidente:
"¡Esta noche he descubierto esa frontera invisible que nos separa de ellos! No, no es la ropa, ni las máquinas, ni las casas, ni el mobiliario, ni los profetas, ni los gobiernos, ni las fábricas lo que separa Oriente y Occidente. Eso son solo concecuencias. Lo que nos separa de ellos es esa pequeña y simple realidad: ellos se han dado cuenta de la existencia de ese pozo sin fondo llamado muerte, de la nada, nosotros no tenemos ni idea de esa terrible realidad¡"
El adormecimiento de Oriente se debe según Selâhattin a la completa falta de consciencia respecto a la muerte, al final concluye: "Pienso en la muerte, luego soy occidental". En mi opinión esa total inconsciencia frente a la mortalidad es peor que la muerte misma, es el desperdicio de la vida y el triunfo total y avasallador de la nada, ojalá Selâhattin tuviera razón y esa inconsciencia aquejara sólo a Oriente, mucho me temo que no. Yo me pregunto qué buscan los occidentales en su ciega admiración por Oriente ¿Perder el miedo a la muerte? ¿Perderlo no es la muerte misma? ¿Perderlo no es acaso entregarse al desperdicio del escaso tiempo que tenemos aquí?
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